Basilio, Primera Jornada, Cuadro II, La vida es sueño (Pedro Calderón de la Barca, en la voz de Astromostra)
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vor 4 Jahren
Ya sabéis, estadme atentos, amados sobrinos míos, corte ilustre
de Polonia, vasallos, deudos y amigos; ya sabéis, que yo, en el
mundo por mi ciencia he merecido el sobrenombre de docto; pues,
contra el tiempo y olvido, los pinceles de Timantes, los mármoles
de Lisipo en el ámbito del orbe, me aclaman el gran Basilio. Ya
sabéis que son las ciencias que más curso y más estimo,
matemáticas sutiles, por quien al tiempo le quito, por quien a la
fama rompo la jurisdicción y oficio de enseñar más cada día;
pues cuando en mis tablas miro presentes las novedades de los
venideros siglos, le gano al tiempo las gracias de contar lo que yo
he dicho. Esos círculos de nieve, esos doseles de vidrio, que el
sol ilumina a rayos, que parte la luna a giros, esos orbes de
diamantes, esos globos cristalinos, que las estrellas adornan y que
campean los signos, son el estudio mayor de mis años, son los
libros donde en papel de diamante, en cuadernos de zafiros, escribe
con líneas de oro en caracteres distintos, el cielo nuestros
sucesos, ya adversos o ya benignos. Éstos leo tan veloz que con mi
espíritu sigo sus rápidos movimientos por rumbos y por caminos.
¡Pluguiera al cielo, primero que mi ingenio hubiera sido de sus
márgenes comento y de sus hojas registro, hubiera sido mi vida el
primero desperdicio de sus iras y que en ellas mi tragedia hubiera
visto! Porque de los infelices, aun el mérito es cuchillo; que a
quien le daña el saber, homicida es de sí mismo. Dígalo yo,
aunque mejor lo dirán sucesos míos, para cuya admiración otra
vez silencio os pido. En Clorilene, mi esposa, tuve un infelice
hijo, en cuyo parto los cielos se agotaron de prodigios antes que a
la luz hermosa le diese el sepulcro vivo de un vientre, porque el
nacer y el morir son parecidos. Su madre infinitas veces, entre
ideas y delirios del sueño, vio que rompía sus entrañas atrevido
un monstruo en forma de hombre; y, entre su sangre teñido, le daba
muerte, naciendo víbora humana del siglo. Llegó de su parto el
día, y, los presagios cumplidos, porque tarde o nunca son
mentirosos los impíos, nació en horóscopo tal, que el sol, en su
sangre tinto, entraba sañudamente con la luna en desafío; y,
siendo valla la tierra, los dos faroles divinos a luz entera
luchaban, ya que no a brazo partido. El mayor, el más horrendo
eclipse que ha padecido el sol, después que con sangre lloró la
muerte de Cristo, éste fue, porque, anegado el orbe entre
incendios vivos, presumió que padecía el último parasismo: los
cielos se oscurecieron, temblaron los edificios, llovieron piedras
las nubes, corrieron sangre los ríos. En este mísero, en este
mortal planeta o signo nació Segismundo, dando de su condición
indicios, pues dio la muerte a su madre, con cuya fiereza dijo:
“Hombre soy, pues que ya empiezo a pagar mal beneficios”. Yo,
acudiendo a mis estudios, en ellos y en todo miro que Segismundo
sería el hombre más atrevido, el príncipe más crüel y el
monarca más impío; por quien su reino vendría a ser parcial y
diviso, escuela de las traiciones, y academia de los vicios; y él,
de su furor llevado, entre asombros y delitos, había de poner en
mí las plantas; y yo, rendido a sus pies me había de ver (¡con
qué congoja lo digo!), siendo alfombra de sus plantas las canas
del rostro mío. ¿Quién no da crédito al daño, y más al daño
que ha visto en su estudio, donde hace el amor propio su oficio?
Pues dando crédito yo a los hados, que adivinos me pronosticaban
daños en fatales vaticinios, determiné de encerrar la fiera que
había nacido, por ver si el sabio tenía en las estrellas dominio.
de Polonia, vasallos, deudos y amigos; ya sabéis, que yo, en el
mundo por mi ciencia he merecido el sobrenombre de docto; pues,
contra el tiempo y olvido, los pinceles de Timantes, los mármoles
de Lisipo en el ámbito del orbe, me aclaman el gran Basilio. Ya
sabéis que son las ciencias que más curso y más estimo,
matemáticas sutiles, por quien al tiempo le quito, por quien a la
fama rompo la jurisdicción y oficio de enseñar más cada día;
pues cuando en mis tablas miro presentes las novedades de los
venideros siglos, le gano al tiempo las gracias de contar lo que yo
he dicho. Esos círculos de nieve, esos doseles de vidrio, que el
sol ilumina a rayos, que parte la luna a giros, esos orbes de
diamantes, esos globos cristalinos, que las estrellas adornan y que
campean los signos, son el estudio mayor de mis años, son los
libros donde en papel de diamante, en cuadernos de zafiros, escribe
con líneas de oro en caracteres distintos, el cielo nuestros
sucesos, ya adversos o ya benignos. Éstos leo tan veloz que con mi
espíritu sigo sus rápidos movimientos por rumbos y por caminos.
¡Pluguiera al cielo, primero que mi ingenio hubiera sido de sus
márgenes comento y de sus hojas registro, hubiera sido mi vida el
primero desperdicio de sus iras y que en ellas mi tragedia hubiera
visto! Porque de los infelices, aun el mérito es cuchillo; que a
quien le daña el saber, homicida es de sí mismo. Dígalo yo,
aunque mejor lo dirán sucesos míos, para cuya admiración otra
vez silencio os pido. En Clorilene, mi esposa, tuve un infelice
hijo, en cuyo parto los cielos se agotaron de prodigios antes que a
la luz hermosa le diese el sepulcro vivo de un vientre, porque el
nacer y el morir son parecidos. Su madre infinitas veces, entre
ideas y delirios del sueño, vio que rompía sus entrañas atrevido
un monstruo en forma de hombre; y, entre su sangre teñido, le daba
muerte, naciendo víbora humana del siglo. Llegó de su parto el
día, y, los presagios cumplidos, porque tarde o nunca son
mentirosos los impíos, nació en horóscopo tal, que el sol, en su
sangre tinto, entraba sañudamente con la luna en desafío; y,
siendo valla la tierra, los dos faroles divinos a luz entera
luchaban, ya que no a brazo partido. El mayor, el más horrendo
eclipse que ha padecido el sol, después que con sangre lloró la
muerte de Cristo, éste fue, porque, anegado el orbe entre
incendios vivos, presumió que padecía el último parasismo: los
cielos se oscurecieron, temblaron los edificios, llovieron piedras
las nubes, corrieron sangre los ríos. En este mísero, en este
mortal planeta o signo nació Segismundo, dando de su condición
indicios, pues dio la muerte a su madre, con cuya fiereza dijo:
“Hombre soy, pues que ya empiezo a pagar mal beneficios”. Yo,
acudiendo a mis estudios, en ellos y en todo miro que Segismundo
sería el hombre más atrevido, el príncipe más crüel y el
monarca más impío; por quien su reino vendría a ser parcial y
diviso, escuela de las traiciones, y academia de los vicios; y él,
de su furor llevado, entre asombros y delitos, había de poner en
mí las plantas; y yo, rendido a sus pies me había de ver (¡con
qué congoja lo digo!), siendo alfombra de sus plantas las canas
del rostro mío. ¿Quién no da crédito al daño, y más al daño
que ha visto en su estudio, donde hace el amor propio su oficio?
Pues dando crédito yo a los hados, que adivinos me pronosticaban
daños en fatales vaticinios, determiné de encerrar la fiera que
había nacido, por ver si el sabio tenía en las estrellas dominio.
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