Elegía Pichón Garay (Juan José Saer, por Sol Correa)

Elegía Pichón Garay (Juan José Saer, por Sol Correa)

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Beschreibung

vor 3 Jahren

Y había visto golpear la noche escandinava. Daba


como un fuego blanco, lento, más arduo


que una pared en la llanura de la vista y, sobre todo,


a lo largo de vías férreas tendidas sobre la nieve, solitario.


Desprovisto, ya, de su infancia, sucio después de tantos viajes,


ninguna palabra le servía, se le atascaban en la garganta


o bien nacían, de golpe, autónomas, entre los dientes amarillos y
el labio


superior. Y por encima de todo eso, la noche polar del alma, la
madurez,


que blandía, gentil y sin convicción, contra el miedo y los
instintos.


Todos bailaban desnudos


a su alrededor, lamiéndose


como perros, fotografiándose contra un fondo internacional,


y había visto, sin embargo, desde el tren,


dos niños jugando en la nieve, vestidos de azul, dándose vuelta


cuando su madre, con una voz inaudible, desde una ventana de la
casa,


en la nieve muda, los llamaba. Llamaría a ese momento,


si quedaba grabado en su retina como una cicatriz, junto con
otros,


más viejos, su experiencia. Veneremos, mientras podamos,


de todo hombre, la facultad de recordar, y los pájaros que
cruzan,


en nuestra infancia, negros, como rayos, el cielo. Y sepamos,


de antemano, que llegará, imperceptible, el momento


en que veremos, nítidos, los rayos de nuestra infancia,


como el diagrama de vías férreas que dejamos atrás cuando se
borra


la estación. Él venía en ese momento en el tren


pensando «Algo escribiré con todo esto», como el sedimento


de un café tomado despacio en el vagón restaurant, viendo


al gran tramoyista correr para atrás el telón de la tierra[66].
Una borra


espesa, densa, a la que otros puedan sacarle todavía algún sabor


en algún desayuno futuro. Tentado como estaba


por las ciudades modernas, los grandes temas de conversación, la
nostalgia:


«También a mí me saldrán esas odas que cantan como soles en el
aire de


nuestros años.


No tengo más que recuperar mi simplicidad». Echar por la borda


lecturas y tics, temores. Pero ¿dónde estábamos?


¿No estoy hablando demasiado? ¿No apuesto en exceso en favor de
la


inspiración?


Pero ¿qué es, me pregunto, la poesía, sino este trago de cognac


que el perro del recuerdo, después de habernos buscado mucho,


nos da a tomar en medio de una noche polar, el vómito


que nos devuelve la salud después de la borrachera? Otros


son más pulcros que yo, cincelan y cantan a cualquier Dios,
elevado.


Si aunque más no fuere esa fuerza me quedara.


Aquí estoy ahora en medio de la noche escandinava, contemporáneo


de un paraíso que se deshoja, solo,


y ya mirando unos árboles de los que ni el nombre conozco. Más
vale


que termine ahora. Algo he estado tratando de decir


y que debió haber sido férreo, como un árbol. Empezando,


canto, en tercera persona, para venir a terminar, gritando,


como esas otras ramas del mismo árbol de oro creciente e inmortal


a las que llamo


con desdén


mis enemigos


literarios.

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