La grulla (Javier Peñalosa, por Carolina Steeb)

La grulla (Javier Peñalosa, por Carolina Steeb)

3 Minuten

Beschreibung

vor 3 Jahren


Nunca había visto una tan cerca. Cuando la encontré escondida
en el bote, a la orilla del agua, todavía sus ojos iban de un lado
hacia el otro, como si mirar fuera una forma de moverse, de salir
de ahí. Tenía las alas rotas, y su largo cuello, elegante como los
juncos, sólo insinuaba algunas plumas y estaba cubierto de lodo.
Las hormigas ácidas, rojas, comían de la carne abierta, de la
sangre de ave que manaba del costado. Me quedé mirándola sin
atreverme a tocarla: yo no sabía de la lentitud agónica, de esa
forma de estremecerse más allá del dolor. La grulla respiraba con
dificultad cuando el mango del remo que yo empuñaba rompió su
cráneo. No hizo ningún sonido, no graznó, pero con un reflejo, que
no venía del lado de la vida, alcanzó a mover esa pierna de
carrizos un par de veces. Yo sentí una columna de frío subir
despacio hasta mi nuca, mis manos temblaron porque no sabían
llorar, y en mi alma, la misericordia tuvo por primera vez el
rostro de la vergüenza. Pero en la majestad de ese cuerpo humillado
por las fracturas, en ese desprendimiento del alma del pájaro, se
fue algo mío también, frágil y moribundo. Han pasado muchos años
desde entonces y, a veces, en las tardes, miro a esa grulla volver
dentro de mí sobre el cielo abierto de mi juventud, volando apenas,
con tumbos, cada vez más cerca del suelo. Yo sé que está muy
cansada, como están cansadas las cosas que se repiten; la canción
monótona de los grillos, lo que está detrás de las ventanas, o el
peso constante de la culpa. Por eso estoy esperando a que caiga,
para acercarme otra vez con el remo entre las manos.

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