Última carta (Robin Myers, por Valeria Mussio)

Última carta (Robin Myers, por Valeria Mussio)

4 Minuten

Beschreibung

vor 3 Jahren

S. y yo nos fumamos un porro y nos quedamos en la cama pasando el
dial de la radio. Yo no entendía nada, es decir, no podía
procesar lo que escuchaba, solamente observar con mis oídos las
palabras que al unirse formaban un objeto visible, aunque
misterioso. Escuché a un relator deportivo jordano que chillaba
por un gol errado, pero no pude captar que estaba hablando en
árabe. Después sintonizamos otra radio en ruso y pregunté:
“¿Ruso, no?”, y S. me dijo: “No, árabe”, sin inmutarse. Yo me
puse mal y le creí. Dejó un rato largo un programa en hebreo que
se negó a traducir. Después vino una especie de programa de
autoayuda religiosa, y la voz distorsionada del oyente que llamó
le preguntaba al rabino, según S., ¿por qué la gente sólo sale a
manifestarse cuando está enojada, por qué no inundamos las calles
cuando llueve y expresamos masivamente nuestra gratitud por el
agua? Y el rabino le dijo, Para eso rezamos.


¿Alguna vez te da la sensación de que tu cuerpo no está del todo
hecho de materia sólida? Como si hubiera una actividad que el
cuerpo debería hacer en relación con las superficies que toca,
aunque sea para confirmar que en efecto están relacionadas, pero
de alguna manera cumple con esa responsabilidad a regañadientes.
Como si sospecharas que en cualquier momento te podés disolver,
pero igual después no te disolvés nunca. Es difícil de explicar.


Hace dos noches, S. y yo soñamos con lo mismo, que nos íbamos de
mochileros juntos. Yo soñé que estábamos en Libia, que poco a
poco y sin explicación se fue transformando en Colombia.
Parábamos en un hotel con habitaciones destartalada y vitrales y
campos de flores silvestres ahí nomás, afuera, donde en un
momento de desesperanza, yo salía a correr. S. soñó que estábamos
en un micro lleno de soldados. En los dos sueños, yo lo dejaba.


“Dormimos con brújulas en nuestras manos”, dice W. S. Merwin. No
sé muy bien dónde va el énfasis: si en dormimos o en brújulas.
(Vos dirías: para mí que va en nuestras).


El insomnio, cuando se comparte la cama con alguien que sueña, se
parece a la indefensión de soñar, si bien constituye su opuesto.
Es una casi invitación a compartir los miedos o la lujuria –u
otras cosas, pero sobre todo miedo y lujuria– de la otra persona,
a la vez que un recordatorio de que vos no tenés, ni podrías
tener, nada que ver con eso. Es algo muy solitario, casi
aburrido. Se me hace un nudo en las tripas, me quedo sin
palabras, de tanto amor y tanto agotamiento, cuando me acuerdo.
De cómo, cuando estaba enojado, el silencio le cubría todo el
cuerpo y tomaba posesión de él, como si lo poseyera; le cerraba
los ojos, le enmudecía las manos y literalmente lo dormía. Nunca
dormí con alguien que soñara así: balbuceaba palabras, movía las
manos, pateaba. Completamente vivo, pero absolutamente interno. A
veces le tenía miedo, lo envidiaba, me preguntaba si alguna vez
iba a llegar a saber, con o sin palabras, quién era él de verdad.
Creo que en cierta medida lo sé, al menos hasta donde es
razonable decirlo, y siento su forma y su andar y su sombra y su
calor del otro lado del mundo. Lo sé: pero eso, ¿no será decir
que sé algo sobre la forma del mundo? ¿Y cómo será el vértigo que
le espera a una persona que se para al filo de esta insistencia,
y se empeña en estirar las manos?

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